domingo, 25 de abril de 2010

Como una ola...





El auténtico dolor va y viene, como las olas del mar, no puede ser continuo por naturaleza, sería imposible de sobrellevar.

Si repasamos esos momentos en que el dolor humano se hace presente irremediablemente (accidentes,  enfermedades, funerales, separaciones...) observamos comportamientos algo ambiguos en los sujetos sufrientes: ¿Quién no ha visto a un desconsolado pariente, pasar del llanto profundo a una risa contagiosa e incontrolable en pleno funeral? O aquellos recién abandonados por algún ser querido, que transitan de la abulia crónica de sofá y pijama, a súbitos arrebatos -casi maníacos- de energía vital, que a más de uno han llevado incluso a hacer las maletas y emprender un viaje relámpago de relax y descubrimiento.

Es que el ser humano, está diseñado para la vida, para la felicidad, nos guste o no, la depresión, la tristeza y el sufrimiento crónico son el resultado de un mal aprendizaje de una actitud errónea ante la vida.

La única certeza absoluta de que podemos disponer, es el presente, este instante que si no sabemos aprovechar escapará sin dejar espacio a la rectificación ni al arrepentimiento. 

El pasado, ya sea feliz o doloroso, no está, se ha ido, el futuro, puede ser como esperamos o no, es algo incierto que por mucho que lo planifiquemos nos puede dar sorpresas, unas veces gratas y otras no tanto, por eso solo nos queda vivir el presente, cada segundo como un don, un regalo irrepetible, en eso los orientales y las antiguas civilizaciones nos llevan ventaja: el age quod agis de los latinos antiguos, está preñado de una sabiduría humana infinita.

Al centrarnos en el aquí y el ahora haremos de nuestra existencia algo mucho más simple y llevadero. La vida, no es tan complicada y absurda como algunos se empeñan en demostrar, es simple, es breve, es hermosa y podemos disfrutar de ella siempre que mantengamos esa pureza e inocencia con que venimos a este mundo, si aprendemos a ver en lo simple y cotidiano el mayor de los regalos, si aprendemos a disfrutar por igual de la lluvia que del sol.

No hacen falta drogas, ni medicamentos, ni terapias, ni gurus espirituales, basta con mirar, abrirse y dejarse sorprender por la grandeza de las pequeñas cosas. Requiere esfuerzo y update continuo,  pero merece la pena.


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